Cuando se ve la relación que hay entre el estado, los capitales financieros y los capitales industriales, es factible deducir la conformación estructural de los países desarrollados y ricos. Donde sus capacidades financieras y técnicas son afianzadas por las políticas internas y externas de esos países desarrollados. En desmedro de los países, llamados, emergente los cuales tienen una economía más frágil. Aquellos que no se dieron cuenta de lo que quiero decir es posible que sean pobres en un país emergente gobernado por una clase de dirigente la cual aplica las recetas económicas del fondo monetario internacional.
La deuda externa posee una doble condición. Primero, es una expresión necesaria de la acumulación a escala mundial, un proceso que genera y profundiza las asimetrías geográficas. Segundo, es también un instrumento para subordinar las políticas de los países periféricos a los intereses del gran capital multinacional al construir subsidios o endeudamientos los cuales permiten perpetuar la transferencia de recursos de la periferia al centro afianzando el desarrollo asimétrico de la economía mundial.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) surge, al igual que el Banco Mundial (BM), de la Conferencia de Bretton Woods (1944), que trata de sentar las bases del nuevo orden monetario que habrá de imperar finalizada la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos y Gran Bretaña impulsan las negociaciones para acordar dicho orden presentando sendas propuestas que, en definitiva, dejan traslucir la competencia intercapitalista entre dos potencias hegemónicas: una en declive desde comienzos de siglo y otra en un ascenso al que la guerra había proporcionado el espaldarazo definitivo. Hoy el contexto internacional es similar pero los países son Estados Unidos y China.